Global real shocks

Geoffrey Cannock, partner at APOYO Consultoría and leader of the Economic Consulting unit, reflects on the lessons learned from real global shocks such as COVID-19, and how to take advantage of them to face what could be a huge real shock with the risk of irreversibility : the breaking point of climate change in the world and in our country, where there is a space to adopt policies that allow us to reduce emissions more aggressively.

Pocos recuerdan lo que fue el Y2K. Los primeros programas informáticos del siglo XX, para ahorrar en capacidad de memoria, asumieron una convención sobre el formato de las fechas basado en usar los dos últimos dígitos del año para identificarlo, sin planear en el advenimiento del siguiente siglo. Los programas no podían distinguir el año 2000 del 1900.

A principios de los ochenta, las empresas y los gobiernos identificaron que los impactos esperados de este insignificante supuesto de programación sobre las industrias y servicios intensivos en datos podrían ser enormes, y de un alcance global. No se trataba simplemente de poner un parche a los programas. Se implementaron acciones para reparar, prevenir y solucionar el problema. El costo global fue de uno US$ 450 mil millones. Cuando llegó el año 2000, no pasó prácticamente nada. Si bien se criticó el Y2K como una sobrerreacción colectiva, con un costo excesivo y no del todo necesario; la mayoría de los especialistas concuerda que se resolvió una fuerte disrupción negativa mediante una alta coordinación de los sectores público y privados. Ayudó, claro está, el hecho de que se conocía el problema y la fecha del riesgo con bastante antelación.

Desde 1966, ha habido siete antecedentes de virus que han saltado de animales a humanos; y existe un número relativamente grande de virus que podrían volver a hacerlo. La aparición del Covid─ 19 era un evento de baja probabilidad pero que estaba dentro de lo posible, tal como lo previó Bill Gates hace 5 años, aunque sin fecha cierta a diferencia del Y2K. El costo de no haber estado preparado para este choque real global ha sido evidente para todos.

Ahora todos estamos viviendo y siendo testigos desde hace varias décadas lo que podría ser un choque real enorme y con riesgo de irreversibilidad: el momento de quiebre del cambio climático. A diferencia del Y2K, y del Covid─ 19   ─que se espera se resuelva relativamente rápido cuando su vacuna esté lista─ no hay un quick fix, y al igual que el Covid─ 19, no hay una fecha cierta.

Si continuamos con una trayectoria de seguir emitiendo gases de efecto invernadero que impliquen que la temperatura promedio aumente en 3 ͦC grados respecto a la época preindustrial, algunos consideran que a mediados de este siglo se derretiría los casquetes polares, elevando el nivel del mar considerablemente. En el Perú, los glaciares andinos podrían desaparecer del todo, la Amazonía sufriría una sequía con el potencial de destruir el bosque aumentando a su vez más aún las emisiones. Buena parte de la población se enfrentaría condiciones letales por el calor.

Existe desde el 1992 una institución de negociación internacional para reducir las emisiones. A pesar del acuerdo, los países juegan estratégicamente para minimizar sus compromisos de reducción de emisiones, lo que posterga los plazos y eleva el riesgo.

En el caso peruano, se ha definido sus compromisos de medidas para reducir sus emisiones, así como los proyectos de inversión de adaptación. Sin embargo, es conveniente elevar significativamente el nivel de esfuerzo interno para estar preparados para la transición en las próximas tres décadas, y adaptarnos a los cambios en un contexto de aparato productivo con menores emisiones.

Existe un espacio, no comprometido formalmente, para adoptar políticas que nos permitan reducir emisiones con mayor agresividad, como en la política tributaria en energía, y especialmente en áreas para adaptarnos al cambio donde existen debilidades estructurales en la gestión y capacidades del sector público como en los sectores forestal, recursos hídricos, y manejo de residuos sólidos. ¡Es una lección claramente aprendida de la pandemia!

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